Ha finalizado la emisión de Dragon Ball Daima (el pasado 28 de Febrero se emitió el último episodio en Fuji TV) y tengo que reconocer que siento un vacío importante. Ya me pasó en 1997, cuando se canceló Dragon Ball GT, e incluso en 2018 con el épico final de Dragon Ball Super, aunque en menor medida. Me encanta que se emita un nuevo capítulo de las andaduras de Goku y compañía semanalmente, para comentarlo apasionadamente con mis amigos, dando rienda suelta a nuestra imaginación como cuando éramos adolescentes. Dragon Ball secuestra nuestra infancia a golpe de nostalgia y no me puedo resistir a ello. Me encanta volver mentalmente a esos tiempos en los que lo más importante de nuestras vidas era preguntarle a tus compis del colegio quién era ese misterioso saiyan de cabellos lavanda y cierto parecido a John Connor que había partido por la mitad a Freezer. Supongo que eso me convierte en un dragonbaboso de manual, como diría Lázaro Muñoz. 

Aún así, este Síndrome de Estocolmo dragonbolero no me ciega lo suficiente como para no confesar abiertamente que Daima ha supuesto para mí una decepción importante. No me malinterpretéis; la Toei ha echado el resto y ha creado un muy buen anime, de brillante factura técnica (parece que al menos aprendieron algo del aluvión de memes que generó Super), entretenido y que se deja ver, pero que está muy lejos de ser la brillante y esperada última obra del malogrado genio Akira Toriyama que nos han querido vender. En resumidas cuentas, Daima no ha sido más que veinte capítulos de fanservice puro y duro para el público latino y norteamericano, básicamente. Es un anime que no ha gustado en Japón y dudo que a los fans europeos les haya entusiasmado en general. Al menos a los de cierta edad.

No puedo evitar pensar que me han engañado con Daima. Nos han vendido la moto. Nos han dado gato por liebre. Me habían prometido un producto con una implicación del sensei Toriyama muy superior a otros animes de la franquicia, y lo cierto es que la cosa empezaba bien: parecía un one-shot de esos que tanto me gustan del maestro, como Cowa o Kajika. Un ambiente desenfadado, un nuevo mundo por descubrir, imaginación a raudales y chistes Made in Tori cien por cien. Realmente pensaba que esta vez estábamos delante de algo único y especial, de un auténtico canto de cisne de Akira Toriyama. ¿Pero qué me encuentro? Que a partir de cierto episodio la cosa empieza a diluirse de manera preocupante, con acontecimientos totalmente incongruentes con lo que había sido la serie hasta el momento, mutando en una especie de Dragon Ball Heroes forzado. A partir de aquí, se sucede una retahíla de innecesarias transformaciones para vender S.H. Figuarts y contentar a los creadores de contenido latinos, quienes ya se han ocupado de saturar al personal con centenares de reels repletos de de los vocablos “aura” y “esencia”. 

Por segunda vez, no me malinterpretéis; a mí también me gustan las transformaciones fastuosas, y más con la espectacular animación de los últimos episodios, pero lamentablemente, no todo vale, y no estaba en el mood correcto. A mí me habían prometido una obra de Akira Toriyama, con la frescura y genialidad que siempre rezuman los manuscritos del maestro, no el enésimo engendro para vender muñecos de la Toei Animation. Y ojo, que también me gustan esos engendros como buen dragonbaboso que soy, pero no me gusta que me engañen. Dime que vas a hacer un remake de Dragon Ball GT, repleto de transformaciones y personajes coloridos, y yo ya me preparo mentalmente en consecuencia. Pero no me hagas creer que me voy a encontrar algo distinto, emotivo y especial para que acabe en lo de siempre. Y lo peor de todo es que parece que para ciertos sectores ha sido la obra maestra definitiva. Siempre digo que Dragon Ball es el Fast & Furious del manga y el anime (especialmente en su versión anime), y gran parte de sus fans solo quieren peleas y transformaciones (en concreto los que nunca se han leído el manga original y solo coleccionan figuras) y queda claro que este Dragon Ball Daima va dirigido a ellos. Pero no nos engañemos, la absurda aunque espectacular transformación de Goku en SSJ4 no se puede comparar ni de lejos a ese Super Saiyajin de Namek, ni a Gohan en los Cell Games, ni siquiera a Goku SSJ3 contra Majin Buu. Y si me apuras, hasta el SSJ4 de la floja GT está más justificado. Transformaciones sí, pero no de cualquier manera y sin ningún sentido. El Ultra Instinct de Super estaba bien contextualizado dentro de la serie, pero esto no lo encontraremos en Daima. Es decir; incluso en esta empresa fracasa. Todo mal.

Obviamente, todos sabemos que hace casi 30 años que la Toei utiliza el nombre del sensei para darle más prestigio a sus animes (un simple reclamo comercial, en definitiva), pero que en realidad Tori hacía bien poco, más allá de algún vago guion o algún otro -poco elaborado- diseño. Y la suerte que tiene la productora de anime más popular de Japón es que un poco de Toriyama es mucho. Y juro que esta vez me lo había creído. Las informaciones que rezaban que Akira se había arremangado como nunca y que iba a haber un antes y un después, me las he comido con patatas.

Ojalá con los meses o años se me pase el cabreo y empiece a ver Daima con otra perspectiva. Ojala consiga revisionarla con ojos de dragonbaboso que me permitan apreciar esos buenos combates, esa sobresaliente animación y ese polémico rediseño del Super Saiyajin 4, que tantos reels agradeciendo a Toriyama “haberlo hecho canon antes de morir” ha generado, ignorando que ese diseño ni es de Toriyama (sino del gran Katsuyoshi Nakatsuru) ni que nunca fue su intención hacer canónica una transformación sin ningún sentido ni por asomo.

Y que conste que nunca criticaré subproductos exploitation como Dragon Ball Heroes, puesto que dan justamente lo que prometen. Todo lo contrario que Daima. “Emosido engañados”.